Normalmente las personas que hemos desarrollado en el pasado actividades políticas (en el argot se denominan «cuadros») difícilmente se nos va a olvidar dicha actividad.
Es mi caso. No lo voy a esconder ni tampoco no lo voy a negar. Tampoco va a importarle a nadie, soy plenamente consciente, lo admito y convivo perfectamente con ello.
Pero el ostracismo político en el cual se condena a alguien por algún motivo, es sin lugar a dudas, una metodología de trabajo consistente en anular a la persona. Da igual el pensamiento, la aportación, la singularidad, la experiencia, las vivencias. El ostracismo político es una práctica muy eficaz, consistente en que el sujeto sea separado de forma forzosa en el ejercicio de la praxis política, por ende, del liderazgo.
Y en España hay miles de ejemplos de ostracismo político. En los tiempos más actuales podríamos citar los casos (más conocidos o mediáticos) de Mónica Oltra, Carolina Bescansa, Elena Valenciano, Quim Torra, entre muchos otros/as que no voy a relatar, dado que la brevedad en Internet es una norma no escrita de obligado cumplimiento.
Pero hoy quería recordar a un gran representante del ostracismo político. Sin lugar a dudas, el mayor exponente fue Antonio Gramsci. Si tienes curiosidad por conocer una bio muy acertada (artículo de Joaquín Estefanía) sobre el grandísimo político italiano y gran ideólogo marxista, la puedes encontrar aquí. (En PDF por si no tienes suscripción a El País)
Pues precisamente, si nos inspiramos en Gramsci, su vida, su obra, su legado político, son sin lugar a dudas el mejor exponente de que la condena al ostracismo político, no solamente se convierte en una oportunidad sino que se convierte en una de las mayores grandezas que cualquier pensador o líder político pueda llegar a aspirar.
Que su legado político perdure con los años.
La mediocridad tiene el mérito de ganar al regate corto. A largo plazo, el talento siempre triunfa.
Y perdura…
Responder